Por Federico Karstulovich
Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela desperdició la oportunidad para relanzar su ministerio de la suprema felicidad del pueblo. Y -por decreto- obligar a que se exhiba un material que aplica como pocos para acceder al cielo de la alegría suprema.
Maduro, hasta donde sé, no es cinéfilo -o cinófila (sic), como la presidenta de Argentina-, pero quizás haya tenido la delicia de degustar en su tardía y tierna adolescencia de los 80’s alguno de los productos con los que Cannon films inundó el mundo entero (y más especialmente el mundo subdesarrollado, el mundo de postergaciones económicas, hiperinflaciones, deudas externas abultadas y planes salto hacia el mundo del desarrollo económico), donde terminaba juntando más morlacos que en el territorio estadounidense. Cannon supo ser profeta lejos de su tierra, aunque el origen estuvo siempre en Israel: como siempre las grandes ilusiones de producción audiovisual comenzaron fuera de Hollywood, hecho no menor para entender la configuración del imaginario ideológico de los últimos años del mundo bipolar.
¿Ma per che digo todo esto?
Porque la historia de Cannon films es la historia de los pobres que, en un golpe de suerte, quisieron (y lo lograron) ser nuevos ricos y soñaron, exilio mediante, el sueño de los primeros exiliados hollywoodenses (los Samuel Goldwyn y compañía). Pero que en el fondo siempre fueron unos nuevos ricos cargados (y cagados y cagando) de amor por hacer de lo digno algo berreta y de lo berreta algo digno en vez de buscar los más altos estándares.
Lo interesante de esta empresa es que, en el medio, lograron convencer al mundo del Cannon-films-way-of-life, es decir, apenas si estuvieron a medio cm de lograr el triunfo de lo berreta amoroso clase B sobre el mundo especulativo de las producciones clase A. Y entender (y convencer al públco) que el cine clase B era el único camino hacia la felicidad posible.
Esa útopíua imposible (la del cine clase B imitando al clase A, comiéndoselo, regurgitándolo e intentando convencer al universo-cine de que el vómito era rico) es el centro de la felicidad extrema que provee Electric Boogaloo: The untold story of Cannon films, acaso la película más luminosa de las que andan dandoi vueltas por el 29 festival de Mar del Plata.
A lo largo de su metraje se van acumulando barbaridades amorosas que todos aquellos que nacimos en los 80’s vimos alguna vez en algún video barrial (o como en mi caso, varias en el viejo cine electric, que era, fue y será el cine de los pobres por excelencia, el último cine de la resistencia de los programas dobles o triples a dos mangos): El último americano virgen, El vengador anónimo 2, 3 y 4, Invasión USA, Lifeforce, Las minas del rey Salomón, El guerrero americano, Superman IV, Halcón, He-man y los amos del universo y varias otras.
Pero -ojota- el núcleo no es la nostalgia coleccionista (válgame), sino el acto amoroso de hacer. De hacer siempre para la platea. No importa muy bien como, pero hacer por amor (a la guita también, Cannon Films no era una comuna de hippies, precisamente). Porque si algo emociona al máximo con esta película (pocas veces un documental de pura entrevista y archivo fue tan gracioso y emotivo a la vez) no viene por la extorsión de los años o por el bizarrazo que deprecia al público. Lo mejor viene con la ética de los pobres, que es esa misma que alguna vez Adrián Caetano definió en esta revista para referirse a Carpenter.
Bueno: Cannon films nunca tuvo directores prestigiosos (exceptuando los contados casos de Casavettes, Barbet Schroeder y algún tapado más), pero si una ética -muy scorseseana- de defender el estilo propio, el de producir mucho, rápido, absurdo y para ayer. Como si se tratara de una perversión de las producciones de Roger Corman pero en una época en donde el cine de blockbuster reinventaba al Hollywood post crisis de los 60’s y 70’s.
El resultado es conmovedor. Y se disfruta como la historia de una familia (en donde había mucho odio, ojo) que, el día en el que decidió traicionarse, comenzó a sellar su propio final.
Tal como reza alguno de los comentarios, sin Cannon Films no hubiera existido Miramax, posiblemente. Tarantino debería estar agradecido.