Digan queso

Escape imposible
Escape Plan
Estados Unidos, 2013 115´

DIRECCIÓN           
Mikael Hafstrom

GUIÓN
Miles Chapman y Jason Keller

FOTOGRAFÍA
Brendan Galvin

EDICIÓN
Elliot Greenberg

MÚSICA
Alex Heffes

INTÉRPRETES
Arnold Schwarzenneger, Sylvester Stallone, Jim Caviezel, Faran Tahir, Amy Ryan, Sam Neill, Vincent D´Onofrio, Vinnie Jones, Matt Gerald, 50 Cent y Caitriona Balfe

 

Digan queso
Por Daniel Alaniz

Quienes hablamos español no decimos “queso” para la foto, decimos “whisky” o “hasta la vista baby”.  Puede quedarnos la boca con la o de “queso” cuando vemos una trompada o una proeza de acción de alguno de nuestros héroes en la pantalla, por ese queso que antecede a la sonrisa del whisky.

La gente que prefiere las actuaciones de los Edward Norton del mundo suele decir que tipos como Sly y Arnold son quesos. No sólo demuestran su ignorancia respecto de las artes de la representación al decirlo peyorativamente, también exhiben, pedantes, su poco respeto por los reyes de los lácteos.

Seguramente, la (dura y) pareja sea algún tipo de queso. Algo así: “Sometido a un largo proceso de conservación, el sabor del queso Mahón se torna más pronunciado y oleoso y su consistencia compacta y dura. Cuando se somete a este proceso se suele untar su corteza con aceite de oliva. En este estado se conserva por largo tiempo”. Todo esto puede decirse de Stallone y Schwarzenegger, hasta me animo a decir que también se untan aceite de oliva sobre sus cortezas.

Entonces, cuando a estos hombres se los encierra por un largo tiempo, se puede sacar lo mejor de ellos. En la cárcel, o en las películas de, se juegan varias cosas. Primero se mide la prudencia, el tanteo, la capacidad para reconocer a los unos y los otros. Después, los códigos tumberos, diferenciarse de los guardias, asumirse preso. Sigue encontrar algo de disfrute, hacerse amigos, compartir y hacerse cargo de los suyos, cuidar a los más débiles, ser líder. Finalmente, y lo más importante, resistir los golpes, física y anímicamente. Mientras todo eso sucede, mantener la cordura y la mente fresca, entrenar la inteligencia, tener todo calculado y la habilidad necesaria para llevar a cabo el plan de escape.

Todo lo enumerado, sacando el plan de escape, le sienta como queso Mahón -con el aditamento de que las rejas producen la concentración de los sabores típicos de la receta- a la obra de Arnold y Sly. Más que nada a Sly, quien ya estuvo preso en esa buena versión de Atrapado sin salida y Expreso de medianoche que es Condena brutal (John Flynn, 1989). Esa película es un Rocky tras las rejas, un tipazo luchando contra lo feo del mundo con toda la entereza que se pueda tener. Y siempre, porque ese es el papel principal de Stallone, esa característica de cuidado de los suyos, de los que lo necesitan. Él es el protector, como en Los indestructibles 2, donde llegó a explotar más ese lado de sus personajes. Ya no hay tanto por lo que luchar, tanto en qué convertirse, como en Rocky. ¿Qué se puede ser más que Sylvester Stallone en la vida?  En Los indestructibles 2, ya todo un queso maduro, Sly protege a los luchadores del futuro, los guía. Es el sheriff Chance de Río Bravo. Arnold, que siempre fue un guerrero más básico, pura musculatura de eso que llamamos fuerza del cine, en la tercera edad también fue Chance en esa casi remake de Río Bravo que es El último desafío.

Escape imposible, una película mucho más chispeante, menos melancólica y setentera que Condena brutal, tiene todo esto que tiene que tener pero con menos que probar, porque da por hecho todo lo que sabemos de este dúo. Entonces sólo queremos verlos ganar, algo que sabemos desde el primer minuto que sucederá. Como ver al Barcelona en su mejor momento, descontamos lo obvio y nos maravillamos con las triangulaciones, las gambetas, los destellos y la explosión. En esos músculos ya totalmente descontracturados encontramos esos golazos cómicos de Arnold en pleno delirio alemán Kinskiano, la sonrisa “say cheese” para la foto impresa como remera-leyenda, o la velocidad mental de Sly más rápida que una bala de diálogo de Aaron Sorkin.

A la eterna lucha entre imitación y sublimación puedo aportar que me sale perfecto imitar como modelos de conducta películas como Superbad, El mundo según Wayne y Los Gremlins. Con respecto a Satallone y Scharzenegger, lo mío es pura sublimación. Miles de horas pasé frente a todo tipo de pantalla posible admirando a estos tipos, llorando por esa magia del cine de identificarse con gente tan distinta a uno, sabiendo que si a ellos les iba bien, nos iba bien a todos. Toda esa integridad, esa fuerza, ese valor de “never surrender” tan típico de los héroes populares americanos, fueron y siguen siendo la educación sentimental más poderosa y más difícil de alcanzar. Seguramente, los cultores de los Leo Sbaraglia del mundo, además de decir que Sly y Arnold son quesos, deben pensar que la reivindicación de todos estos valores es naif, inocente y hasta conservadora. Si me quieren decir queso, que lo hagan. No sabrían la enorme alegría que me estarían proporcionando.

 

 

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