Chef, la receta de la felicidad

Favreau y el hedonismo
Por Marcos Rodríguez

La inclusión en Chef de Robert Downey Jr. y Scarlett Johansson, dos de las más grandes estrellas de Hollywood del momento, tiene algo de reunión entre amigos. Con Jon Favreau habían trabajado juntos en Iron Man 2 (como actores dentro de la misma película y bajo la dirección del propio Favreau) y su participación en esta película chiquita pero sobre todo modesta sólo se puede explicar por una relación personal (y no por un sueldo que Chef seguramente no hubiera podido pagar o por un papel que ni para Downey Jr. ni para Johansson podían resultar significativos en su carrera). Casi como si Favreau hubiera querido rehacer esos vínculos en pantalla, como si tomara lo mejor de su mayor éxito de taquilla y lo volviera a moldear en un nuevo contexto, más mínimo, más personal, más humano. Lo mejor de sus más grandes éxitos como director (Iron Man, Iron Man 2) era eso: sus actores; no sólo por la catapulta que significaron para Robert Downey Jr. como inesperada estrella del siglo XXI, sino por la (sólida, creíble) carnadura de todos sus personajes. Favreau supo darles a sus personajes de historieta el peso que necesitaban, incluso cuando, como en el personaje de Johansson, se trazaban en un par de líneas.

Ahora, como el chef que renuncia a un gran restaurante para abrirse un carrito de comida al paso, Favreau deja los presupuestos, los efectos especiales y las franquicias aseguradas para cocinar lo que él quiere: una película sobre pasiones, sobre placeres, sobre personas. Toma lo mejor que supo cosechar en su paso por las grandes ligas y le da nuevos sabores.

La modestia del nuevo personaje de Johansson no deja de ser seductora (al igual que sus curvas), pero probablemente el personaje interpretado por Robert Downey Jr. sea el más revelador. Ex esposo de la ex esposa, hombre ridículo de Miami, neurótico y levemente desagradable, Downey Jr. es, a pesar de todo (y de lo fácil que hubiera sido convertirlo en un ser grotesco), quien le da una ayuda al protagonista y le ofrece la alternativa que terminará por conducirlo a su redención. El vehículo para el redescubrimiento del personaje (y de los sabores y del cine) es una figura que clásicamente hubiera sido el enemigo y que sin dejar de ser desagradable entra en el juego de matices y relaciones que propone Chef. Favreau (escribe, dirige y protagoniza) construye un mundo en el que los personajes se relacionan entre sí, se oponen, se unen, se pelean y no llegan a conocerse, pero siempre como seres humanos. Todos los personajes en Chef tienen sus razones, incluso los que parecen antipáticos o estúpidos, incluso los que al principio son abiertamente odiosos, todos parecen existir al margen de este argumento, son como son porque son así y no porque es lo que le conviene a la trama y aunque algunos alcanzan el visto bueno del espectador con revelaciones inesperadas (como el crítico mala onda que, a lo Ratatouille, termina siendo inversor de un restaurante), muchos siguen siendo simplemente lo que son, sin que eso deba justificarse (como el sous-chef que traiciona al protagonista, como Johansson o Downey Jr.). El placer que produce Chef tiene que ver con esta modesta sabiduría narrativa.

El único personaje de la película que se presenta con características abiertamente negativas es el dueño del restaurante, interpretado por Dustin Hoffman, un hombre de negocios más o menos simpático, más o menos falso pero irremediablemente fijado en la idea de darle a los clientes lo que él cree que esperan. Su figura no es la de un hombre malo (no hay malos en este mundo de Favreau) pero sí la de quien busca limitar, apostar solo a lo seguro, encerrarse. Podría ser, si quisiéramos trazar paralelismos, la figura del productor en una empresa grande, establecida, que invierte capitales y espera recuperarlos. Favreau, como su personaje, escapa de eso con una película sobre comida, sobre un padre y su hijo, sobre la vida y lo que uno elige hacer en ella. Y sobre las personas que van apareciendo en el camino.

Chef tiene algo de declaración de principios: tal vez no sea una buena persona, un buen padre, un buen negociante, pero sí sé hacer sándwiches. Esa declaración/sándwich no tiene que ver tanto con la seguridad de quien sabe que hace bien lo que hace, sino con la seguridad de quien hace lo que hace con una entrega absoluta. Es una declaración de pasión y por la vida con pasión.

Al abrir su película al territorio de Estados Unidos, al abrir su cocina a la vida misma, al dejar atrás un cine con esquemas y jugarse por sus personajes y sus pasiones, Favreau descubre en el cine todo aquello que excede al cine. Chef no es una película perfecta, probablemente no sea una película taquillera, probablemente nadie la considere importante. Chef es una película sobre comida y al explorar la comida se carga de ese erotismo panteísta que supo respirar el cine de Jean Renoir. Al explorar la comida, Chef se carga de un hedonismo que escapa de cualquier jaula, que pelea por expandirse, por abrirse, por explotar. Un hedonismo que termina por bañar a todos sus personajes, que le da a cada uno un apetito propio y una justificación en ese apetito.


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