Cannibalismos 01 (Jaime Pena)

Wes Anderson ejerce el control del universo. De su universo, debería de decir, pues el director norteamericano se ha creado un mundo ad hoc. Por esa razón una película como Fantastic Mr. Fox parecía la culminación lógica de su obra, una película de animación para que nada pudiese escapar a su control. En el fondo es cierto que apenas nada la diferenciaba de sus películas anteriores, dominadas por un artificio cuya ingenuidad (aparente) debe mucho al cine de Jacques Tati (probablemente más que a Truffaut, con quien se le suele asociar). Moonrise Kingdom, la película que ha inaugurado Cannes 2012 siguiendo la costumbre impuesta en los últimos años de arrancar con ligeras comedias (aparentemente) intrascendentes, parece un destilado de su universo, un universo que para poder ser controlado eficientemente debe reducir su escala. El mundo de Anderson es una pequeña isla de Nueva Inglaterra en el (gran) año de 1965. Más aún, ese mundo lo componen una serie de casas que se diría inspiradas por los cuadros de Edward Hopper y que más que verdaderos edificios parecen casas de muñecas. Un mundo plácido que se ve alterado por dos sucesos: la (doble) fuga de una pareja de jóvenes enamorados y una tormenta que en el clímax de la película azota la isla. La fuga de dos niños no puede tener mayores consecuencias, al fin y al cabo la isla tiene un espacio muy limitado, por mucho que albergue todo un (el) mundo.

Anderson comienza su película con una cita musical, The Young Person’s Guide to The Orchestra, de Benjamin Britten. La culmina sobre los créditos con una suerte de adaptación a partir de la música original de Alexandre Desplat. Moonrise Kingdom tiene algo de esa idea de las variaciones y la fuga sobre el motivo del cine del propio Anderson, una guía para jóvenes sobre su cine, sobre la vida y el amor. En lugar de los adultos con síndrome de Peter Pan, Anderson recurre directamente a los niños, pues su película es una historia de boy-scouts, un juego de niños. En realidad, Moonrise Kingdom es una aventura musical, dado el protagonismo que Anderson le concede a la música, hasta el punto de que cuando la música pasa a un segundo plano, cuando no es la base que articula la puesta en escena, la historia decae peligrosamente, como sucedía en The Life Aquatic o The Darjeeling Limited, las películas más irregulares de toda su filmografía, aquellas que por momentos parecían escapar al control de su director.

After the Battle se sitúa en las antípodas del cine de Wes Anderson. Esto no tendría por qué ser malo si no fuese porque su sentido de la urgencia, quizás también de un cierto oportunismo (creo más bien que la urgencia se puede confundir aquí con oportunismo), hace derivar la película hacia el descontrol y la repetición. Yousry Nasrallah parte de la revolución egipcia de 2011 y de los sucesos de la plaza Tahrir para poner en escena demasiados elementos. La película quiere ser tantas cosas, a veces contrapuestas, a veces a contrapelo y atentando contra toda lógica, que se enreda sin remisión mezclando compromiso político, denuncia social y una historia de amor impostada. Y eso que no se puede negar el interés de su personaje central, Mahmoud, víctima de la manipulación del régimen de Mubarak y un apestado a los ojos de los revolucionarios. Puede que el único oportunismo denunciable sea el del festival que ha aupado esta película a la competición oficial. No podía ser que este año faltase una película sobre las revoluciones árabes. Jaime Pena

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