Cannibalismo 2015 Día 8

Por Jaime Pena

Por muy distintas razones, razones incluso un tanto contradictorias, coincidieron en el mismo día las dos películas más importantes del festival. As 1001 noites completó por fin su ciclo de proyecciones con su tercera parte, O encantado. Toca ya entonces hablar de esta película que sus mismos responsables definen como “la película imposible”, un proyecto sin parangón en el cine contemporáneo, de una ambición inusual y un derroche absoluto de talento. También, inevitablemente, una película muy irregular, si bien esta característica parecía consustancial al propio proyecto y forma parte de su naturaleza. Miguel Gomes y su Comité Central (los coguionistas Mariana Ricardo y Telmo Churro) proponen un retrato de Portugal entre agosto de 2013 y julio de 2014, un país asolado por la crisis, las políticas de austeridad y manifiestamente empobrecido. Recurren para ello al personaje literario de Scherezade y a la estructura de Las 1001 noches para enlazar decenas de historias estructuradas en distintos capítulos que, a su vez, componen los tres volúmenes de la película: O inquieto, O desolado y O encantado. Cada uno de estos volúmenes tiene un estilo diferenciado, de forma más clara en el segundo, el único que apenas comporta elementos documentales, mucho más presentes en el primero y el tercero, pero todos van incorporando pequeñas historias entresacadas de la realidad portuguesa, crónicas que, en forma de textos sobreimpresos, traducen los efectos de la crisis y las políticas europeas y que Gomes nos traslada como si formasen parte del relato de la propia Scherezade.

¿Se puede componer unas nuevas 1001 noches no a partir de la fantasía sino de la más estricta cotidianeidad? As 1001 noites demuestra que sí. La crisis puede ser una fuente inagotable de inspiración, basta con prestar atención a lo que  sucede en el día a día de un pequeño país como Portugal, que bien podría ser cualquier otro, y servirse de esos sucesos como motor de una imaginación desbordante que lo mismo nos puede mostrar una grotesca reunión de los poderes económicos europeos, documentar unas elecciones municipales en las que uno de los candidatos en un gallo, poner en escena un juicio sumarísimo con coro griego (en realidad chino, ¿o era japonés?) incluido, servirse de un perro como si se tratase del rifle de Winchester 73, retratar a los criadores de pájaros cantores y sus peculiares concursos o, por supuesto, revivir a la mismísima Scherezade. El prólogo del primer episodio se centra en las luchas obreras de unos astilleros de Viana do Castelo, al norte del país, y junto con las historias de los “tres magníficos” que cierran el primer volumen, son las que están más explícitamente relacionadas con la crisis y sus efectos en unos desempleados que intentan rehacer su vida. Pero, a partir de aquí, Gomes no precisa aludir directamente a la realidad portuguesa para dar forma a un alegato cinematográfico que parece destinado a redefinir lo que hasta el momento considerábamos como cine social. As 1001 noites ha finiquitado el cine social tal y como lo entendíamos: la fantasía no es incompatible con el reflejo de la realidad, es más, en ocasiones puede ser hasta más verosímil.

Este proyecto titánico y valiente como pocos funda una nueva épica contemporánea que funciona por acumulación, como si sus responsables no hubiesen querido dejar fuera ninguna historia, ni las grandes (las que conforman los distintos episodios) ni las pequeñas (las que asoman en forma de relatos de la propia Scherezade), hasta totalizar las más de seis horas de metraje que, muy probablemente, constituirán un serio hándicap para su difusión normalizada pero que, al menos en este Cannes, tal y como me reconocía el propio Miguel Gomes al finalizar la proyección de esta tercera película, ha servido para proponer una suerte de contrafestival con la proyección de los distintos volúmenes cada dos días, obligando a los espectadores a saltarse los horarios tradicionales del resto de las secciones e imponiéndoles un ritmo propio, un ritmo, en última instancia, arrebatador.

La  acumulación y urgencia de Gomes se convierten en síntesis y delicadeza orfebrerística en Hou Hsiao-hsien. Los siete años de preparación de The Assassin se traducen en una película de dos horas menos cuarto en la que cada uno de los planos parece ser el resultado de un largo proceso de maduración. Por supuesto, se trata de un wuxia, pero en ningún caso una película de artes marciales al uso. Estamos muy lejos de Tigre y dragón, pero también de Ashes of Time. La sorpresa es encontrarnos con una película que relata la historia de una asesina del siglo IX pero que, aún así, sigue siendo una película de Hou Hsiao-hsien. Basta con imaginarse Flowers of Shanghai con escenas de artes marciales. El trabajo lumínico, la coreografía de los movimientos de cámara, los rituales de los personajes, siguen estando ahí. Pero para el wuxia The Assassin podría representar lo que The Shooting (Monte Hellman) o Dead Man (Jim Jarmusch) al western: una apuesta por la abstracción. En todo caso, esta abstracción no tiene nada que ver con la de Ashes of Time, sugerida en la película de Wong Kar-wai por un montaje tan veloz como entrecortado. Por el contrario, The Assassin es una película de una gran serenidad, de planos fijos en los que la violencia, las peleas, queda en muchas ocasiones fuera de campo. El argumento, al menos en una primera visión, es ciertamente confuso, como si Hou hubiese privilegiado la síntesis sobre la claridad que, quizás, la historia demandaba, como si todo estuviese en función de un tratamiento visual suntuoso, de auténtico orfebre, en el que incluso se combinan, como en la película de Jia Zhang-ke, distintos formatos de proyección, desde el cuadrado del prólogo en blanco y negro, a dos anchos panorámicos, uno, diría que el 1:1,85, utilizado muy fugazmente en solo dos o tres planos de un pictoricismo deslumbrante.

Resulta paradójico que The Assassin se haya proyectado en la competición el mismo día que Youth, la nueva película de Paolo Sorrentino. No vamos a dedicarle más atención a la chatarrería y bisutería audiovisual disfrazada de alta cultura de esta película. Es preferible destacar la belleza de una película que cualquier otro día debería haber ocupado una atención prioritaria, Peace to Us in Our Dreams, de Sharunas Bartas, incluida en la Quincena de los Realizadores. Bartas es también el protagonista de una historia mínima que sucede en un día de verano en el entorno de un lago y en el que sale a relucir la falta de comunicación entre un padre y su hija adolescente, luego de la muerte de la madre de esta. La lluvia, los árboles, parecen remitirnos al Tarkovski de El espejo, quizás también algo más. En los créditos finales de los actores aparece el nombre de Katerina Golubeva, fallecida en 2011, y a la que llegamos a reconocer en una fotografía (si es que no estoy confundido). Golubeva estuvo casada con Bartas (luego fue la pareja de Leos Carax), así que esa fotografía y ese crédito quizás aludan al origen autobiográfico de la historia. En cualquier caso, lo más inmediato de Peace to Us in Our Dreams es la pureza de sus encuadres, su transparencia. En el plano estrictamente visual, la de Bartas y la de Hou son las películas más bellas de este Cannes 2015.

Publicada el 21/05/15

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