Cannibalismo 2015 Día 5

Por Jaime Pena

En 2011 Maïwen presentó en la competición de Cannes Polisse, una de esas decisiones extrañas y un tanto inexplicables de los seleccionadores que, muy probablemente, solo se podía interpretar desde la perspectiva local de la industria gala. Este año Maïwen ha vuelto con Mon Roi, dentro del batallón de películas francesas de la oficial, el que dejó fuera a Desplechin o Garrel. A Maïwen nadie la estaba esperando, pero, como ocurre con Sorrentino, la insistencia de los programadores de Cannes resulta inquebrantable, por lo que cabe sospechar que tendremos Maïwen para rato.

Mon Roi es la típica película de domingo en Cannes, un subgénero por sí mismo. También la concesión que Cannes realiza dentro de la competición a la vertiente más popular del cine francés. De todo esto solo cabe esperar un horror y justo es decirlo, Mon Roi, con su montaña rusa de sentimientos a flor de piel y una sobreactuada Emmanuelle Bercot, cumple a la perfección. Si La tête haute, dirigida por la propia Bercot, ya no causó muy buena impresión, esta avanzadilla del cine francés no permite atisbar esa gran cosecha de la que hablaba Thierry Fremaux cuando presentó la selección de este año. Maryland, de Alice Winocour, una de las apuestas de Un Certain Regard por jóvenes autores franceses, no es mejor, es más, se trata de una muestra de cine de género bastante torpe. Winocour presenta una situación casi única, la de un vigilante de seguridad que ha de proteger a la mujer y el hijo de un traficante de armas durante todo un fin de semana. Evidentemente, los asaltantes hacen acto de presencia, sin que nunca se llegue a saber muy bien qué buscan y por qué alguien tan poderoso parece estar tan expuesto y con tan poca protección. Eso sí, las implicaciones políticas que se insinúan son bastante ridículas y toda la película parece concebida única y exclusivamente para el lucimiento de Matthias Schoenaerts.

Como cine de género funciona mucho mejor Green Room, el nuevo largometraje del director de Blue Ruin, Jeremy Saulnier, como aquel, presentado también en la Quincena. A diferencia de Winocour, la dedicación de sus personajes al crimen es puramente amateur, fruto de las circunstancias. En Green Room tenemos, eso sí, una situación parecida, un espacio cerrado que sufre un asalto. Solo que quien está encerrado ahora no es un profesional, sino un grupo de hardcore que ha realizado una actuación ante un auditorio de punks nazis de la América profunda y que, sin pretenderlo, ha sido testigo de un asesinato. La pericia con la que Saulnier resuelve su huis clos es ciertamente notable y, al menos, propone soluciones novedosas al combinar La matanza de Texas con el western y el humor negro. Paradójicamente su película no es una imitación de los modelos equivalentes del cine de Hollywood, precisamente lo que Maryland intenta patética e infructuosamente.

Pero ahí está la clave del cine que Cannes parece potenciar. Lo veíamos con The Lobster y lo hemos vuelto a comprobar con Louder Than Bombs: un director europeo, en este caso noruego, Joachim Trier, que destaca con una película y que rápidamente da el salto al rodaje en inglés con estrellas americanas y a la competición de Cannes. También en 2011 Oslo, August 31st, una adaptación de Pierre Drieu La Rochelle, se presentó en Un Certain Regard y tuvo luego una gran repercusión en su estreno francés. Tras aquella estimable película, el salto de este Trier-sin-el-Von-delante ha sido meteórico. Louther Than Bombs reúne a Gabriel Byrne, Jesse Eisenberg o Isabelle Hupert, entre otros, para narrar el conflicto que han de superar un padre y sus dos hijos tras la muerte de la madre (Hupert), una premiada fotógrafa de guerra, de la que un amigo tiene previsto publicar algunos datos comprometedores de su vida. Como si se tratase de la reaparición de un nuevo Atom Egoyan o Krzysztof Kieslowski, combinando pasado y presente y distintas voces narrativas (que por algo cita explícitamente Citizen Kane), Louder Than Bombs parece llevar dentro muchas películas y a ninguna de ellas le dedica Trier la atención necesaria. Su película tiene algún que otro momento de indudable belleza, pero el conjunto es puro artificio, un puzle elaborado con piezas de distintos rompecabezas que, por supuesto, nunca logran encajar.

Con ciertas películas, por estimables que sean, su presencia en Cannes y en una sección u otra parece depender del prestigio de sus firmantes, pero también de sus valores de producción. La película de Joachim Trier filmada en su Noruega natal es muy probable que se tuviera que conformar con Un Certain Regard, la misma sección en la que se encontraban la croata The High Sun (Zvizdan) y la japonesa Journey to the Shore. The High Sun la dirige Dalibor Matanic y plantea tres historias de amor ambientadas en 1991, 2001 y 2011 en una zona fronteriza entre Croacia y Serbia, para hablarnos de la reconciliación entre vecinos y hasta hace bien poco compatriotas. Journey to the Shore la dirige Kiyosho Kurosawa y en Cannes hubiésemos ganado mucho si esta película estuviese en competición, por ejemplo en lugar de las de Koree-eda y Van Sant. Por el precio de una tendríamos una película japonesa y una película con fantasmas. Pero es el tono menor, sin estridencias, pero que por eso mismo logra integrar con total naturalidad el fantástico en un escenario realista, lo que seguramente condena esta modesta y bellísima película a no ocupar el lugar que sin duda merece. Ese es el mensaje que parece que nos está lanzado Cannes: “¡Son los valores de producción, estúpido!”

Publicada el 18/05/15

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