Cannibalismo 2014 – día 6

Las películas de la sección oficial de Cannes 2014 parecen haber sufrido un ataque de gravedad y solemnidad. Los temas no carecen de interés pero la trascendencia con la que son tratados, trascendencia y una cierta auto indulgencia, provoca que funcionen mucho mejor en el plano teórico (sobre guión) que en la práctica (la pantalla). Ha vuelto a ocurrir con Foxcatcher, de Bennet Miller, otra de las muchas películas de contenido biográfico en este Cannes. Lo que no sabría decir es quién es el objeto final de la biografía. En principio se centra en el campeón olímpico de lucha libre Mark Schultz (Channing Tatum), justo después de su triunfo en las Olimpiadas de Los Angeles de 1984, para culminar en 1988 tras su fracaso en Seúl, en los que serían, por lo tanto, sus años de declive. En esos años Schultz tuvo como mentor a un inopinado aficionado a la lucha, el multimillonario John E. du Pont (Steve Carell). Es precisamente la interpretación de Carell la que va decantando el interés de Miller hacia este extraño personaje aficionado a las armas, un Ciudadano Kane de los ochenta y el rearme moral y patriótico del reaganismo. La relación terminó trágicamente cuando du Pont mató a tiros (las armas eran su segunda gran afición) al hermano y entrenador de Schultz, Dave (Mark Ruffalo).

Quizás la caracterización del personaje de du Pont (o el propio personaje) tenga la culpa del tono mortecino con el que se desarrolla la historia. O puede que se deba a que la lucha libre no llega a funcionar como metáfora de otras cosas, del reaganismo, del sueño americano. O simplemente a que du Pont es un personaje demasiado patético, tan autoparódico en sus pretensiones, en su solemnidad, que paradójicamente acaba por resultar inverosímil. Resulta sintomática de todas formas la fascinación de cine norteamericano por este tipo de magnates. Aún más cuando una película sobre John E. du Pont, de la dinastía de los du Pont, ha sido producida por Megan Ellison, de la dinastía de los Ellison (Oracle).

También en la competición, Still the Water, de Naomi Kawase, puede ser trascendente pero no solemne. De Kawase se puede repetir casi lo mismo que de Atom Egoyan, seguimos esperando una nueva Shara, cuando ya debería de quedar claro que Shara es irrepetible. El problema de Kawase, si existiera ese “problema” pues la cineasta de Nara parece muy confortable en su mundo, podría radicar en la levedad de sus historias, meros esbozos de relatos entre cuyas imágenes se hace muy patente el budismo y panteísmo de la realizadora. De ahí que muchas películas de Kawase puedan parecer intercambiables. En todo caso, Still the Water nos lleva de nuevo a la infancia (en realidad a la adolescencia) y con su pareja protagonista sí parece por momentos que el milagro de Shara es de nuevo posible. Al menos cuando recorren en bicicleta la isla en la que está ambientada la historia. O cuando Kawase filma una de las escenas más conmovedoras de toda su filmografía, la de la muerte de la madre.

Tanto quejarse de la solemnidad de muchas de las películas de este Cannes para que en un día como este nos encontremos con varias películas que solo podrían ser acusadas de solemnes cometiendo una gran injusticia. These Final Hours, de Zak Hilditch (Quincena), es una de tantas películas sobre el fin del mundo, tan rutinaria como vulgar: ¿cuántas películas sobre el fin del mundo, el antes o el después, se hacen anualmente? Sí, esta es una de esas películas a las que no les vendría nada mal alguna dosis de solemnidad. La propuesta genérica de Cold in July, de Jim Mickle (Quincena), puede no ser original, pero esta especie de Tarantino crepuscular atesora la suficiente ironía y humor como para ser altamente disfrutable. Lo que empieza como una variante de Cape Fear pega de repente un giro de guión que, de la mano de unos inconmensurables Sam Shepard y Don Johnson, la va sumergiendo en un mundo turbio cuyo estadio final comprende incluso las snuff movies.

Nada comparable en todo caso a la extrema libertad con la que Pascale Ferran aborda sus historias ambientadas en el Hotel Hilton del aeropuerto Charles de Gaulle de París. Las “historias” de Bird People (Un Certain Regard) son en realidad dos, tras un arranque coral que va presentando a múltiples personajes, viajeros que llegan o salen del aeropuerto o que simplemente van al trabajo o regresan a sus hogares. Finalmente Ferran se queda con dos historias, la de Gary, un ejecutivo de Silicon Valley que decide de improviso abandonar su trabajo y a su familia (la conversación con su mujer vía Skype es lo más discutible de la película). Antes de que su historia confluya con la de Gary, Bird People nos presenta a Audrey, una de las limpiadoras del hotel. Su peripecia es de las más singulares que se han visto este año en Cannes, todo un salto en el vacío que dará mucho que hablar y que, en una circular enviada a la prensa, la directora ha rogado que no se desvele. Por supuesto, vamos a respetar sus deseos.

Jaime Pena

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