Cannibalismo 2014 – día 5

Jauja es una película sobre gente que se pierde en el camino. Un texto inicial habla del mito de Jauja y cómo los exploradores se adentraban en territorio desconocido buscando esa tierra de la abundancia hasta que no se volvía a saber de ellos. Lisandro Alonso ambienta su quinto largometraje a finales del siglo XIX en la Patagonia, durante la Guerra del Desierto. Allí ha llegado un ingeniero danés (Viggo Mortensen) para servir al ejército. Le acompaña su hija adolescente, verdadero objeto de atención de los soldados. Durante unos cuarenta minutos asistimos a las conversaciones del ingeniero, Gunnar Dinesen, con los militares. Primera sorpresa: Alonso ha perdido el miedo a los diálogos. El guión lo firma con Fabián Casas y la fotografía corre a cago de Timo Salminen (el operador de Kaurismäki). Rodada en 35mm, Jauja se proyecta en digital en un extraño y muy fascinante formato cuadrado que conserva los bordes redondeados del negativo. Este cuidado en la imagen, la del rodaje, pero también la de la proyección, parecía un arte olvidado. En Cannes, por un lado está Jauja y luego las demás películas. Fundamentalmente por la ambición de un cineasta que entiende que una película es, ante todo, una experiencia estética. Segunda sorpresa: Alonso ha dado el paso más importante de su carrera. Le ha llevado seis años, pero, como suele decirse, la espera ha merecido la pena y ha dado sus frutos.

En 2008, con Liverpool, una película notable, Alonso parecía aprisionado en el mundo que había comenzado a tejer con La libertad y Los muertos. Se le notaban tímidos intentos de incorporar nuevos elementos narrativos, pero estos no parecían lo suficientemente significativos. Las primeras imágenes de Jauja nos sitúan en un nuevo escenario: la ambientación de época, los diálogos, la presencia de una estrella internacional. Cuando la hija de Dinesen escapa con un soldado y el ingeniero sale en su búsqueda adentrándose en terreno enemigo, la película da ese salto superlativo que llevábamos ansiando en la carrera de Alonso. Jauja necesita ir adaptándose a los nuevos escenarios y a las propias necesidades que una historia que transita por muy distintos niveles narrativos: la persecución, el onirismo, el salto temporal que le da una dimensión desconocida a la historia…, como si estuviésemos en una película de Monte Hellman.

Misteriosa y fascinante, Jauja es la mejor película de Alonso, puede que no la más importante (es difícil arrebatarle ese privilegio a La libertad), pero sí la más compleja y la confirmación de su director como un nombre inexcusable en el cine contemporáneo. Había muchas discusiones de salón en torno a la presencia de Jauja en una sección como Un Certain Regard y fuera del concurso. El éxito del pase oficial (una de esas sesiones que quedan grabadas en la memoria del festival) puede leerse de dos maneras: como una pésima noticia para el festival y como una gran noticia para Alonso, desde ya vencedor moral para buena parte de la prensa especializada.

Lo cierto es que el impacto de Jauja impide tratar en su justa medida otras películas vistas en la jornada dominical. También en UCR pudieron verse otras dos películas de no escaso interés. Hermosa juventud es la mejor película de Jaime Rosales desde los tiempos de Las horas del día, la primera también que no está sustentada sobre un rígido dispositivo formal. Lo que importa en Hermosa juventud son sus jóvenes protagonistas, una pareja de veinteañeros que no encuentra trabajo y que tiene que sacar adelante a su hija recién nacida. No todo le funciona a Rosales, en particular el costumbrismo esforzado de algunos diálogos o ciertas subtramas que lastran la historia debido a su torpeza. Pero hay algunos momentos ciertamente logrados, como la entrevista inicial que la pareja hace antes de rodar una película porno o el partido que Rosales le saca a las conversaciones y fotos de WhatsApp para sostener sobre ellas dos profundas elipsis, en la mejor tradición de las secuencias de montaje.

Force majeure (en inglés, Turist) no renuncia al artificio característico de su director, Ruben Östlund (Play), una concanetación predeterminada de secuencias filmadas en planos fijos (los personajes como prisioneros del dispositivo) que conduce a un final que no admite alternativas, como si el guión se estructurase bajo el principio del efecto dominó. En este caso Östlund se sirve de una familia de vacaciones en una estación de esquí suiza. Una contingencia natural desata el conflicto familiar, las tensiones internas que Östlund manipula a su antojo, solo que ahora incorporando rasgos inequívocos de humor, un signo de humanidad que rebaja su característica misantropía. En definitiva, otra película que podría haber jugado un buen papel en la sección oficial, hoy protagonizada por Tommy Lee Jones y su western crepuscular The Homesman, una historia tan bien contada como competentemente interpretada, una muestra de ese sucedáneo del clasicismo en el que ha derivado la producción televisiva con una cierta ambición. Y por Maps to the Stars, una comedia negra firmada por David Cronenberg, quizás su película más decepcionante en muchos años. Muy divertida en su arranque, con su cruel retrato de un Hollywood infantilizado y cuyos principales actores serían algo así como los personajes de una delirante soap opera, su acidez se va atenuando con los minutos, hasta culminar en un frustrante y apresurado anticlímax. Si Jauja mejora con los minutos y en el recuerdo, con Maps to the Stars sucede justo lo contrario: su interés se va diluyendo y sus aciertos, que los tiene, van quedando en el olvido.

Jaime Pena

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