Cannibalismo 2014 – día 3

Uno de las habituales disquisiciones de la crítica podría encuadrarse bajo el epígrafe “Esperando a Egoyan”. Desde que perdiera el rumbo con (o después de) Ararat, todo el mundo parece esperar el renacer de Atom Egoyan. Cuestión de fe. El director canadiense parece el prototipo de cineasta con un mundo muy limitado que explotó en sus primeas películas, que alcanzó su cumbre con The Sweet Hereafter… y que en los diez últimos años anda dando bandazos, unas veces con propuesta más autorales, otras tímidas aproximaciones al mainstream; unas veces presentando sus películas en Cannes, otras en San Sebastián.

Con The Captive Egoyan vuelve a la competición de Cannes y sus más fieles seguidores confían en el esperado advenimiento. Paisajes nevados en el entorno de las cataratas del Niágara, una niña desaparecida desde hace ocho años, los padres que siguen afectados por el peso de la tragedia, un grupo de policías que prosigue con la investigación. La historia se cuenta desde distintos puntos de vista: los padres separados, la policía, el secuestrador y la niña, ahora ya con 17 años. Sí, es un Egoyan adaptado a lo que el mercado demanda: un Millenium canadiense que adopta la estructura de un rompecabezas, pero un rompecabezas de 12 piezas. Secuestrador y policía rivalizan en torpezas y la acumulación de personajes y saltos temporales tiene como único fin aparentar complejidad. Egoyan piensa que un público que le ha tolerado tantos patinazos está también dispuesto a perdonar que lo tomen por tonto. Creo que esta vez no ha colado.

La chambre bleue (UCR) también tiene una estructura de rompecabezas. Mathieu Amalric parte de Georges Simenon para narrar la historia de un crimen (que se presupone pasional) a partir de una serie de interrogatorios a los que es sometido el principal sospechoso. En apenas hora y cuarto Amalric expone todo el caso, con sus misterios, ambigüedades y dudas finales, con un estilo que se pretende anacrónico (también con pantalla cuadrada) y que en sus mejores momentos recuerda a Raúl Ruiz (también produce Paulo Branco). El ambiente literario acapara todo el protagonismo en Amour fou, de Jessica Hausner (UCR), a partir de la figura de escritor romántico Heinrich von Kleist y los hechos que condujeron a su suicidio, una especie de suicidio ritual en el que le acompañó Henriette Vogel. El artificio de su puesta en escena, a medio camino entre la parodia y la propuesta brechtiana, parece buscar la máxima ambigüedad, una suerte de asepsia conceptual por la que una película puede ser calificada tanto de obra maestra como de lo contrario. Por si acaso, sus imágenes no representan prueba ni de lo uno ni de lo otro.

El nombre de Chejov asomaba en todas las conversaciones a la salida de Winter Sleep, la nueva (y larga: tres horas y cuarto) película de Nuri Bilge Ceylan. En realidad, no hay constancia de que Ceylan adapte a Chejov, pero lo cierto es que su película es muy teatral (lo de chejoviana se lo dejo a otros, que sabrán explicarlo mejor) y, al menos durante dos tercios de su metraje, sostenida sobre largos planos y prolongados diálogos. Y durante ese tiempo la sospecha es que Ceylan se ha preocupado mucho más por la escritura que por la puesta en escena. Aunque rodada mayormente en interiores, Winter Sleep está ambientada en Capadocia, en un pintoresco pueblo que hace pensar en la mano de una Film Commission. Allí se ha retirado un viejo actor con su joven esposa para regentar un hotel, el Hotel Othello, y administrar las propiedades que ha heredado. Las relaciones con su esposa y con su hermana recién divorciada, los conflictos con algunos vecinos, centran las largas conversaciones, un tanto pomposas, lo que de por sí no es nada malo, pero en las que se echa en falta el humor negro de su película anterior, Érase una vez en Anatolia.

Para muchos, Winter Sleep es ya la primera candidata a la Palma de Oro. Por mi parte, preferiría concederle ese (falso) honor a Relatos salvajes, de Damián Szifrón, una película de episodios que bebe en las fuentes del esperpento español, quizás más en su versión contemporánea, la de Alex de la Iglesia o Pedro Almodóvar (aquí también coproductor), pero en la que no es difícil reconocer las huellas de Rafael Azcona, Marco Ferreri, Luis García Berlanga o Fernando Fernán-Gómez. Como suele suceder en estos casos, no todos los episodios están a la misma altura, pero varios de ellos son más que notables (Pasternak, Bombita) y el último, Hasta que la muerte nos separe, es una obra maestra.

Jaime Pena

SUSCRIPCIÓN
Si querés recibir semanalmente las novedades de elamante.com, dejanos tus datos acá:
ENCUESTA

¿Qué serie de Netflix te gusta más?

Cargando ... Cargando ...