Todavía no me recupero de los premios entregados ayer en Un certain regard y de haberme sometido a la inenarrable experiencia de presenciar una proyección de la ganadora de la Semana de la Crítica, la ucraniana The tribe, que hoy se entregan los premios de la seleccion oficial. Como mañana «recupero» Foxcatcher y Turist (ambas reconocidas con algún lauro), espero esa oportunidad para provisorio balance y mirada a los Palmarés.
Pero vayamos al dia de hoy, que fue bastante positivo, por cierto. Empiezo con P’tit Quinquin, de Bruno Dumont. Tres horas y veinte de duración. Es que se trata de una miniserie, pensada también para televisión, pero no por ello sometida a los supuestos mandatos de ese medio. Como en su momento pasó con Carlos, de Olivier Assayas, la pantalla grande (acá, 1:1,85), ayuda para descubrir un mundo que ya conocemos de la obra de Dumont, pero con otra mirada. El norte francés, la costa inglesa ahí nomás, casi a la vista, el viento incesante y, esta vez, mucho humor. Un humor que acude al sinsentido, pero también al juego físico, una aguda disección de la realidad, sin condescendencia, que se atreve a ir contra todos los mandatos de lo políticamente correcto. El Quinquin del título es un chico, entrando a su adolescencia, cuyo gesto adusto, fruncido por un labio reconstruído por alguna operación (imaginamos), no le impide ser el líder de una bandita de amigos bastante barderos (con él, 4) y tener una novia a la que ama. Lo que imaginamos como una tranquila vida pueblerina (más allá de las corrientes subterrráneas de amores y odios, que las hay) se ve trastocado por una serie de sangrientos asesinatos. El primero, para poneros en autos: encuentran a una vaca muerta, en un búnker al cual no se entiende cómo pudo haber ingresado, con una mujer cortada en trozos en su interior (el interior ¡de la vaca!), salvo su desaparecida cabeza. La pareja de investigadores de la gendarmería no puede ser más inapropiada y excéntrica. A Dumont le importa menos la investigación criminal que reconstruir ese mundo que de tan exótico se nos antoja bastante parecido a lo que debe ocurrir en la realidad.
Seguimos en la Quincena de los realizadores y podemos ver la gran ganadora, Les combattants, de Thomas Cailley. Cabe aclarar que esta seccion no es competitiva, pero distintas asociaciones otorgan diversos premios que representan -básicamente- ayudas para la distribución y exhibición. Esas ayudas se otorgan sólo a películas francesas (digo, porque por esta sección pasaron las muy superiores Refugiado, de Daniel Lerman y la surcoreana A hard day). No es que el despropósito esté a la altura de lo que pasó en Un certain regard, donde estando Jauja se premió a la húngara White god. No, Les combattants, es una comedia romántica que juega con la muerte (el apocalipsis), como de alguna manera (mucho más elegante e inteligente) lo había hecho Jessica Hausner en Amour fou, de lo mejor de Un certain regard, también sin premio. Acá el asunto es más lineal pero el punto de partida es interesante: en el clásico chico conoce chica y se enamora, él se encuentra bastante perdido en la vida y ella tiene una obsesión en prepararse para el fin de los tiempos. Entonces, él, para estar cerca de ella, se suma a un programa de duro entrenamiento militar que la pretendida estima atinente y necesario para lo que se viene. La mirada sobre la vida militar y la inadecuación de ella para la vida son lo mejor de esta comedia, que sólo es simpática, y hace temer por la calidad de las demás películas francesas de esta sección. Aunque, pensándolo bien, por como vienen fallando los jurados, esto no significa nada.
En la misma seccion: Whiplash, dirigida por Damien Chazelle. Otro exponente de la fascinación norteamericana por los maestros despóticos y maltratadores en la construcción de profesionales exitosos. Más allá de esta constante y molesta justificación de este tipo de abusos, el asunto acá tiene que ver con un baterista de jazz que pretende ser el mejor. Citas que van de Charlie Parker a los Marsalis, buena música y una película lineal que funciona en el crescendo que propone. Después de todo, al lado de las torturas vistas en la israelí Loin de mon père (o That lovely girl) o en la ucraniana The tribe, esto es un juego de niños… En fin…
Volvemos a la selección oficial, y nos acercamos a una que se nos escapó de las que están «fuera de competencia». Red army, de Gabe Polsky, es un documental que sigue la historia del mítico equipo de hockey sobre hielo que habría sido el mejor de todos los tiempos. La vida en la unión soviética, las relaciones de amistad entre los hombres, la influencia de la guerra fría, el espionaje de la KGB, la posibilidad de ir a jugar a EE.UU. o Canadá, conforman una película interesante que funciona desde lo deportivo, lo humano y lo político. Como pasaba con el mundo del basquet en la argentina Tiempo muerto, no deja de fascinar y repeler cómo determinadas decisiones supuestamente políticas o «de Estado» esconden pequeñas miserias personales. El film no es particularmente innovador, pero las imágenes de archivo y las entrevistas resultan imperdibles (ni la música, que opina con bastante grosería, llega a opacar ese material).
Despedida tras la ceremonia de premiación, Purple Rain en el cine en la playa.
Hasta mañana.
Fernando E. Juan Lima