Ave Fénix (FJL)

Ave Fénix
Phoenix
Alemania/Polonia, 2014, 110′

Dirigida por Christian Petzold

Por Fernando E. Juan Lima.

Cansados como estamos de la explotación del pasado más o menos reciente  por parte de cierta cinematografía alemana (de las guerras mundiales a la experiencia comunista), la referencia a esta historia que comienza cuando termina la segunda gran conflagración planetaria podía llamarnos a la desconfianza. Sin embargo, justo es decir que esa sensación mutaba en expectativa cuando advertíamos que Phoenix se trata de la última producción de Christian Petzold, el director de Yella (2007), Triángulo (2008), un gran episodio de Dreileben (2011) y Bárbara (2012), posiblemente el realizador más parejo e interesante de lo que se ha conocido como la Escuela de Berlín. Y lo cierto es que este film, que llega a nuestras pantallas con el crasamente metafórico título de Ave Fénix(abandonando de ese modo la referencia al Cabaret donde acaece parte de la acción), es el más sólido, fluido y elegante de los que ha dirigido hasta el momento.

Ya desde el inicio, aquella referencia a un supuesto lugar común o a un pretendido tópico usualmente visitado por el cine no es tal si profundizamos un poco el análisis. Y es que, a diferencia de lo que sucede con el cine estadounidense y esa especie de sub-género que se relaciona con los ¿héroes? que vuelven al hogar tras la Guerra de Vietnam (de El francotirador a Rambo, por citar las primeras que vienen a nuestra memoria), no son tantos los casos en los que las películas se hayan hecho cargo de la reinserción en la sociedad de los sobrevivientes de los campos de concentración nazis tras la Segunda Guerra Mundial (y menos en el cine alemán). Este silencio no es casual y seguramente sea la contra-cara de aquel sobreactuado regreso constante al lugar de una superficial asignación de culpas. Se trata, seguramente, de un mecanismo de negación y autoprotección que bajo la pátina de la cantinela políticamente correcta decide no rascar demasiado en una herida que pareciera seguir abierta. Así, el deseo de la protagonista (Nelly Lenz/Nina Hoss) de volver a parecerse a sí misma, de volver a ser ella misma, es desalentado, y desaconsejada la operación necesaria para llegar a ese objetivo por el cirujano que la operará: “en estos casos” es más fácil olvidar y dejar atrás, intentar empezar de nuevo, arrancar de cero. Es por eso que ese componente que podría romper con el verosímil del melodrama (que es lo que es Ave Fénix, más allá de su estética noir), cobra realidad y verismo en ese contexto. Es más fácil creer en una mentira cuando todos eligen el camino de ocultar u olvidar la verdad. De este modo, esa persona que no nos resulta tan distante de la que alguna vez fue adquiere ese súper-poder de tener la posibilidad de decidir ser o no ser la misma persona, dependiendo casi de su exclusiva voluntad. Claro que estamos en el territorio del melodrama (donde, en lo que aquí interesa, la referencia ineludible es Rainer Werner Fassbinder) y no en el de la aventura o las historias de súper-héroes; y esa dualidad, lejos de implicar un plus, es el camino al descubrimiento de ciertos secretos que no podrán traer aparejados sino más dolor.

La capacidad de reconstruirse o la necesidad de recrearse son los caminos que se abren a Nelly/Nina, y sus dos seres más cercanos (los únicos sobrevivientes, junto con ella) encarnan esas posibilidades: la amiga que la ayuda y rescata no quiere perdonar ni olvidar, la única opción que acepta es la de la reconstrucción, la verdad y el castigo (su final es bastante sintomático en cuanto al destino de esta posición “extrema”); su marido (¿ex marido?), Johny/Johannes, no la reconoce o no quiere hacerlo, al punto de abrir la puerta a esa recreación que lleva a Ave Fénix al mundo fantasmático de Vértigo (Hitchcock) y Los ojos sin rostro (Georges Franju, cuya “reversión” vimos hace poco en La piel que habito, de Pedro Almodóvar). El contenido político de la narración, la posibilidad de que el aparente engaño del varón ponga a prueba los límites tolerables incluso para una mujer dispuesta a (¿casi?) todo para recuperar a su hombre, suma distintas capas y posibles lecturas no exentas de dolorosa introspección y hasta de perversión. No hay lugar para la redención en este universo, los dos senderos antes apuntados son espinosos, retorcidos, cercanos casi al martirio. El destino, los hombres o el azar han ubicado a la protagonista en esta encrucijada en la que no hay salidas fáciles. Es más: podría pensarse que, derechamente, no hay salida. La única posible, pareciera decir Petzold en ese potente final que elude tanto los lugares comunes de la catarsis explicativa o tranquilizadora como el recurso del Deus ex machina, tiene que ver con conservar la dignidad y la elegancia.

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