Algunas chicas

Algunas chicas
Argentina, 2013, 100′

Dirección: Santiago Palavecino

Vi Algunas chicas en el Bafici hace dos años. Cuando salí del cine, me sentí desconcertado: había a mi alrededor algunos comentarios adversos que me parecían razonables. También había comentarios favorables que me parecían razonables. Eso aumentó mi propio desconcierto a niveles complejos. No es infrecuente que uno no sepa qué pensar de una película; de hecho, es casi una virtud porque obliga a internarse en ella más profundamente, viajar en el recuerdo y en las impresiones que se han depositado en la mente, conectarlas, darles una forma que será, necesariamente, distinta de la forma del propio film. Siempre y cuando, claro, la película nos importe, nos parezca parte de algo, haya anidado en la memoria. Esto último no sucede siempre: uno sabe realmente qué piensa de todos y de cada uno de los últimos blockbusters que nos propone Hollywood de un modo tan transparente que, salvo excepciones, todo se olvida rápido. Con Algunas chicas no pasa: eso ya es un valor positivo.

Santiago Palavecino ha dirigido tres películas de largometraje: Otra vuelta (2005), La vida nueva (2011) y Algunas chicas (2013). En las tres aparece, cada vez de modo más palpable y más extremo, cierta idea de extrañeza ante la vida. La manera de filmar, la forma de elegir los planos y, sobre todo, de qué dejar fuera de ellos, permite que lo cotidiano revele otra cosa muchas veces perturbadora. Se puede pensar, por ejemplo, en David Lynch, pero aun si Palavecino es admirador del estadounidense, se trata de un condimento, de un sabor o de un aire de familia que pasa por allí. El cine de Palavecino le pertenece solo a él y sabe cómo utilizar los materiales que tiene entre manos. Pienso en la presencia brillante de Alan Pauls en La vida nueva, por ejemplo (el único problema de Pauls es que muchas veces su voz contrasta con su imagen, pero eso también genera cierta extrañeza nada desdeñable). Pienso en el recuerdo que tengo del trabajo de Roberto Carnaghi en Otra vuelta. También en algo más: se trata de películas sobre el tiempo. Otra vuelta es sobre el pasado -el cuento de Conti, el regreso con aire autobiográfico del realizador a Chacabuco, etcétera-, y La vida… sobre el futuro, desencadenado por una tragedia y un secreto. En estos tiempos en los que todos tendemos a pensar en obra integral (una huella mala de Hollywood, que hoy trabaja alrededor, sobre todo, de la continuidad), Algunas… podría verse como su film sobre el presente. Mejor dicho: como la cárcel del presente.

Hay una mujer, Celina, que cae de visita a la casa de una amiga. Sabremos que tiene una crisis matrimonial, sabremos que ella misma tiene una crisis -digamos- mental, sabremos más cosas pero la narración (que no es poco lineal, aunque la “línea” aparece enrarecida y desdibujada) se va armando de a poco. En la casa vive Paula, hijastra de la dueña y que ha intentado el suicidio. Las amigas de Paula rodean a Celina y Celina se va dejando llevar por ellas a una dimensión de experiencias inmediatas, puras sensaciones, que van de lo sórdido a lo luminoso. Mientras, cada tanto, vemos a Celina sola en su habitación, una habitación que no es “como es” sino como ella la experimenta (vean qué sucede en la ventana, por ejemplo). Hay lugares abandonados que revelan que hubo allí una gloria que no volverá jamás. Hay alguna fiesta nocturna y algún personaje que oficia casi de gurú. El conjunto sigue una lógica onírica y viciada por lo que sucede en la mente de los personajes. No solo de Celina: el malestar es general. Todo el lugar parece una especie de infierno y, bien pensado, el problema del infierno es que no tiene tiempo sino duración. Es puro presente y por eso el dolor no se apaga. Se mitiga solo para que vuelva a surtir efecto.

El conjunto parece caótico, pero lo que es caótico es lo que sucede en la cabeza de Celina (o de Paula) y Palavecino ha decidido seguirlas desde dentro. Podría parecer contradictorio que, para ello, se utilice la pantalla grande, bien grande. Y no: lo que hace Palavecino es desplegar las posibilidades de la imagen para poder transmitir lo que es inasible. Si la muerte está rondando todo el tiempo la trama y las relaciones (el erotismo también, aún cuando suena, también, contradictorio) es porque incluso cuando el mundo es gigantesco, no hay salida. El uso del espectáculo en este caso implica poner una luz gigantesca sobre las ambigüedades e irresoluciones de los personajes, sobre su propia manera de ver lo que los rodea. Si todo parece deslizarse hacia lo fantástico es porque se trata del registro -el documento- de imaginaciones enfermas. Pero hay algo más: en muchas circunstancias, cuando las secuencias parecen a punto de llegar a una definición -digamos- narrativa, cuando lo que sucede con los personajes podría tomar un giro dramático, la acción se corta, pasamos a otra cosa, todo queda irresuelto, sepultado más que secreto. También como en los sueños, que son presente puro.

He leído que el film parece extraño, una cosa rara. Lo es, cierto, en el cine argentino donde, cuando hay un relato, se intenta que la combinación de claridad y efecto dramático sean cómodos para el espectador. Claro que hay excepciones, y Algunas… es una de ellas. Pero su mecánica, su proyecto, no son los de convertirse en un objeto raro sino en, justamente, ser clarísimo respecto de lo que sucede dentro de los personajes. Como se decía de la abúlica El Origen, “es un thriller que transcurre en la mente del protagonista” (aquí “la”). Salvo que hace lo que Nolan no: mantiene la (i) lógica onírica de los acontecimientos, que son sucesivos en la pantalla -no podrían no serlo- pero bien podrían ser simultáneos en la vida de ese pequeño pueblo de provincia entre chicas que no pueden salir de allí. Vista la facilidad y la familiaridad con la que Celina se integra a las actividades de las demás -a quienes apenas ha conocido-, es probable pensar la película como lo que sucede después del intento de escapar a un mundo cerrado. Visto desde ese lugar, todo adquiere otra luz y entonces las elecciones de Palavecino se vuelven las únicas posibles.

Ahora bien, ¿es buena Algunas chicas? Sí, pero también puede decirse que no. Palavecino crea imágenes notables y logra transmitir sensaciones y emociones muy precisas, difusas en cuanto a nombre pero que el espectador comprende sin ninguna dificultad. Al mismo tiempo, hay un truco -quizás involuntario- respecto de las “chicas”: aunque todas representan las diferentes caras de la protagonista (esto también es una clave de mirada posible), no eluden del todo los estereotipos. Pienso en la escena erótica, el trío en el auto. No vamos a condenarlo por el sexo (más sexo en el cine sería deseable, especialmente en el nacional: sexo de verdad, no publicidad de shampoo con tetas) sino porque parece puesto allí para “llenar” un álbum, justamente para dejar sentada una totalidad que es irreal. Nadie es todo. Esa voluntad de catálogo -que nace de la loable intención de abarcarlo todo, de ser ilimitado como la pantalla- conspira contra la concisión. En ese sentido, no es que el film sea “malo”, sino que es abigarrado y, a veces, no comprende del todo a sus personajes. La escena erótica que menciono es capital por esto: Celina no parece tener demasiado impulso sexual, resulta contradictorio en ese sentido. Allí la forma, el proyecto cinematográfico, le es infiel a la protagonista. Pasa en otras ocasiones, pero en ese momento es notorio.

De todos modos, hay una ironía en el título que me parece ser lo mejor de la película, su clave y su mapa. Es “Algunas chicas” (sí, uno piensa en el disco de los Stones, aunque el lazo aquí no es para nada evidente, si existe) pero es “una sola chica”, Celina, reflejada sobre todo en la suicida Paula pero refractada en las demás. No es “algunas”, parte aleatoria de un continuo, sino una sola mirada, narrada y diseccionada al extremo. En esa ironía reposa la extrañeza, la avidez por lo total, lo extremo del proyecto, que finalmente -e incluso en la tragedia-, como pasa en los demás films del director, se desliza hacia cierta ternura. Extraña, claro, pero ternura al fin. Leonardo M. D’Espósito

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