¿Dónde está la casa de mi amigo?

¿Dónde está la casa de mi amigo?
Khane-ye Doust Kodjast
Irán, 1987, 80′

Dirección: Abbas Kiarostami

Abbas Kiarostami era fotógrafo además de cineasta, sin embargo su manera de observar y representar los pequeños huecos de escenarios lejanos y desconocidos siempre estuvieron más cerca de la mirada de un pintor. Como si trabajara con temple al huevo, el director iraní le da color a paisajes naranjas y marrones que parecen fuera del tiempo. «El instante y la eternidad confluyen en una unidad», decía Wim Wenders sobre la obra de Wyeth, Christina´s World. Eso mismo logra Kiarostami: plasmar una fugacidad imperceptible y tatuarla en el celuloide para vampirizar un gesto mínimo que puede cambiar el curso del universo. ¿Dónde está la casa de mi amigo? retrata la odisea que vive un niño cuando decide cumplir una misión sin importar peligros ni consecuencias. Como si se metiera dentro del arcade Wonder Boy, Ahmed (Babek Ahmed Poor) recorre distintas pantallas, desde Kosker hasta Poshteh, y saltea toda clase de obstáculos para devolverle el cuaderno a su compañero de clase que guardó en su bolso por equivocación.

Igual que Bruno Ricci en Ladrón de bicicletas y Antoine Doinel en Los 400 golpes, Ahmed toma la posta de los nenes literarios que habitan, en mayor o menos medida, la pobreza ( Oliver Twist, Tom Sawyer, Huckleberry Finn) y son ignorados por los grandes por el hecho de ser niños mientras que, paradójicamente, se les exige que piensen y actúen como adultos. «Una película de niños se puede elaborar a partir de pequeñas anécdotas, ya que, en verdad, nada es pequeño en lo que concierne a la infancia», escribió en 1972 Francois Truffautt, el director que mejor supo traducir el lenguaje marciano de los niños cuatro años después en su película La piel dura. Kiarostami entiende que los problemas de los niños son tan inmensos como los anillos de Saturno, y que para Ahmed es de vida o muerte encontrar la casa de Mohamed y así impedir que reciba un castigo del iracundo maestro. En cada uno de sus planos largos confirma que el mundo ideal es aquel que es habitado solo por niños que ven películas filmadas, o pintadas, por el ojo hipersensible de Kiarostami. Maia Debowicz


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